Los nombres de Revilla y del Campo no pueden ser más castellanos. Documentalmente el nombre de Castilla comienza a escribirse en Taranco, en el Valle de Mena, el año 800 de nuestra era, y a los 80 del comienzo de la reconquista de España por Pelayo en Covadonga desde Asturias.
Es aquí donde comienza ese poderoso foco de resistencia y acometividad que compartieron con igual fuerza en Cantabria y norte de la actual Provincia de Burgos. Allí nace la Castilla libertadora. Sus avances fueron lentos pero firmes, no sin grandes sacrificios, constancia y vidas humanas que se propaló a todo lo largo y ancho de nuestra geografía.
El año 884, conquistada la Bureba y parte de la Sierra de la Demanda con los ríos Oja y Tirón, y pronto la cuenca y valles del Arlanzón, se funda como roca inexpugnable la ciudad de Burgos. Desde ésta y sus serranías del Oriente se pasará a la cuenca del Arlanza y a la zona sudeste de San Pedro de Cardeña.
Desde el año 900 y siguientes, van surgiendo pueblos nuevos, entre los que se encuentra: Revilla del Campo, Revillasuso y Quintanalara, sin que podamos precisar hasta ahora el año exacto de su fundación. En las cercanías de las dos Revillas se han encontrado importantes restos arqueológicos romanos de las antiguas culturas de Lara, los cuales todavía no se han podido estudiar científicamente.
En el Diccionario Histórico-Geográfico de Madoz, años 1845-1850, podemos leer, referidas a Revilla del Campo, estas palabras: Varias inscripciones y antigüedades que denotan haber sido población distinguida por los romanos.
La palabra Revilla deriva de la latina ‘Ripilla’, ‘Ripiella’..., diminutivo de ‘ripa’ latino o de ‘riba’ castellano, que significa orilla, ribera, ribazo, altozanos junto a las aguas, etc.
En cuanto a su apellido, Del Campo, no puede ser más claro ni más castellano. Estamos a diez kilómetros en línea recta de la bravía Sierra de La Demanda y metidos entre sus raíces de cerros, colinas, estrechos vallecitos, rincones retorcidos, resecos cotarros..., y, de pronto, se nos abre un verdadero valle como una zeda invertida, con más de una legua de largo y tres kilómetros de ancho, con la típica connotación que le dan los geólogos: una verdadera artesa, abierta muy pronto a la ondulada y dilatada meseta castellana, desde donde podemos decir con toda veracidad aquello de: Ancha es Castilla. Dos pequeños ríos: el Lara y el Revillasuso, de sudeste a noreste, fecundan sus tierras y fueron siempre el sostén de muchos molinos harineros.
Mazueco de Lara, al oriente; Quintanalara, al sur; Cubillo del Campo y San Quirce, al oeste; y, finalmente, Los Ausines, al oeste y noroeste.
Cuando comienza la historia de Revilla del Campo en la Castilla de los Condes Fernán González y sucesores, que mantienen una cierta autonomía, la tierra en su mayor parte habría quedado inculta por casi dos siglos hasta su liberación total del dominio musulmán. Hay que destacar los fertilísimos campos, por su largo descanso, de la Vega y los de todos los abrigados vallecitos de sus cuatro puntos cardinales.
Tierras todas para verlas más tarde ya cultivadas y en todo su esplendor por los meses de mayo, junio y julio, llenas de colores y penetrantes fragancias, con sus centenos cimbreándose suavemente por el viento como en un mar verde; el blanco de las cebadas; el dorado de los trigales; el ajedrezado de tantos cultivos diferentes con los linderos y ribazos llenos de flores silvestres y los campos ‘perezosos’, rojos de amapolas.
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